En la alberca, ese cráter de volcán apagado
se refleja el pasado
y en la linfa sutil
como una momia heroica retrata su perfil.
Mientras la tarde anémica tiñe de sangre el agua,
sobre las ondas trémulas avanza una piragua,
y de pie, en su interior,
se yergue la figura de un hombre superior.
Besa la nave rústica la verdinegra orilla
y salta de la quilla
magnífico y marcial,
un indio diademado con plumas de quetzal.
Rico carcax sostiene
donde las flechas brillan cual rayos de Selene;
escudo y negra maza
que son como los férreos tendones de la raza.
Luce sobre los hombros, cual manto soberano,
la piel güindure y fina del puma americano
y en sus ojos de acero
palpita el alma homérica de un semi-dios guerrero.
Sube por la pendiente,
trepa las rocas precipitadamente
y al llegar a la abrupta cima de La Estacada
en el confín extiende su límpida mirada.
Bajo las luces lilas
del sol agonizante, ¿qué miran sus pupilas?
En la cercana loma,
como sencilla tórtola, Tacámbaro se asoma;
las mieses desplegando su verde cabellera
se agitan temblorosas y llenan la pradera;
el agua errante y mustia se oculta en los barrancos
y unos puntitos blancos
cual lágrimas del Polo,
descansan en el Valle: La Loma, Pino Solo...
El indio se estremece, doblega la cabeza,
una cruel tristeza
como puñal malévolo desgarra sus entrañas;
posa sus ojos lánguidos sobre las rubias cañas
sueña con sus victorias, levanta sus pendones,
enfila sus honderos, da vida a sus legiones
y añora sus matanzas,
mirando de las cañas las puntiagudas lanzas.
Y dice: en estos sitios se desgranó mi vida,
fué alcázar de mi gloria la Alberca entristecida;
por todas estas sendas
flotaron mis canciones, quedaron mis leyendas,
y en la quietud del llano,
cruzó el amor de Inchátiro tendiéndome la mano...
Tacamba soy , mi reino fué noble y justiciero,
mi brazo fué de acero.
Los hijos de mi estirpe ¿serán como yo fuí?
¿Habrán luchado intrépidos pensando siempre en mí?...
Calló el genial monarca;
la noche melancólica tendióse en la comarca:
con su remanso diáfano la Alberca suspiró
y en la montaña lóbrega Tacamba se perdió!
II
Escuche vuestras réplicas el austero cacique,
vuestro labio le indique
que cruzáis como él
por la existencia mísera nimbados de laurel;
que como la de Adonis, vuestra sangre regada
florece transformada
en los campos ubérrimos de amor y libertad!
Decidle que sois todos nobleza y corazón,
que sois para los huerfanos cariño y comprensión;
que de los ruines déspotas no soportáis el peso,
que al lado de Codallos sois luz y sois progreso,
y contra el invasor,
Con Régules al frente sois nervio y sois valor!...
III
Cuando el gélido invierno
deshace en todas partes el nido breve y tierno,
la inquieta golondrina
en pos de estas regiones se encamina.
Cuando tristes los árboles sueltan las hojas mustias
que ruedan por los surcos llorando sus angustias,
de Tacámbaro exúber por la rica pradera
pasa sus dedos cálidos la eterna Primavera.
Así como los pajaros, pan y calor buscamos
y cuando aquí llegamos
tras éxodo cruel,
sentimos en el ánima como un dulzor de miel.
En estos sitios fértiles siempre hallará el viajero
caritativo alero;
quietud bajo las bóvedas que forman los bananos;
amigos en la dicha y en el dolor hermanos!
Por eso os he querido,
porque con mano pródiga me habéis brindado un nido
y porque mis pequeños,
que son el centro erótico de todos mis empeños,
ya tienen en las venas
el jugo de estas tierras prolíficas y buenas!...
Tacamba os ha dejado
como pendón atávico la gloria del pasado;
Régules, al caer,
os heredó su insólita fuerza para vencer;
Codallos, su libérrima nobleza de león:
¡Yo, dejo a vuestras plantas, rendido el corazón!